En mi niñez, me llamaba poderosamente la atención el color
rojo de la mercromina ya que me recordaba a la sangre. Pensando en ello me he
puesto a investigar un poco para acallar mi curiosidad.
A principio del siglo XX, en 1902, nació en Barcelona, un
niño llamado José Antonio Serrallach Juliá, fue en el seno de una familia
acomodada, hijo del reputado urólogo Narcís Serrallach Mauri.
José Antonio Serrallach, fue uno de los químicos más
brillantes que ha tenido España en el siglo XX, pero su historia se mueve entre
la ciencia, la política, el espionaje y una herencia en disputa.
Su destino parecía trazado por la ciencia y el asombro, con
apenas 17 años cruzó el Atlántico rumbo a Nueva York. Era el inicio de una vida
marcada por el talento, la inquietud y las sombras.
A lo largo de los años veinte, el joven químico alternó su formación entre Alemania y Estados Unidos, obteniendo dos doctorados en Química y en Física, en universidades tan prestigiosas como Frankfurt y Harvard. Durante su estancia en Berlín, una ciudad marcada por una creciente tensión social y política, donde el Nacional Socialismo comenzaba a consolidar un verdadero laboratorio ideológico, José Antonio Serrallach no permaneció ajeno a los cambios que soplaban con fuerza. En medio de un ambiente impregnado de propaganda de exaltación nacionalista y rigurosa estética marcial, Serrallach se vio profundamente influenciado por el discurso patriótico que emanaba del régimen. La puesta en escena del poder, la disciplinada organización del Estado y la visión de una nación fuerte y unificada lo sedujeron, despertando en él una admiración que dejaría una huella en su pensamiento posterior. Berlín, en aquellos años turbulentos, no solo fue un epicentro político, sino también un escenario en el que muchos, como Serrallach, comenzaron a redefinir sus propias ideas sobre identidad, orden y nación.
De regreso a Barcelona por un breve período de tiempo, en
1930 volvió a cruzar el Atlántico para trabajar en el Massachusetts Institute
of Technology (MIT). En Estados Unidos publicó sus primeros trabajos
científicos y patentó procedimientos relacionados con emulsiones. Allí también
conoció un compuesto que le llamaría especialmente la atención: la “merbromina”,
antiséptico organomercurial que se inactivaba en presencia de sangre, era de
color rojo intenso que en los años 20 el médico Hugh Hampton Young comercializó
en EEUU por la firma Hynson, Wescott and Dunning Inc.
La merbromina (nombre que se le dio en Estados Unidos) era un compuesto que más tarde Serrallach introduciría en España con el nombre que quedaría en la memoria de generaciones, la “Mercromina”.
En 1934, junto a su esposa, la acaudalada colombiana Montserrat Carulla Soler, fundó en Rubí, (Barcelona) el Laboratorio de Investigación Coloidal, LAINCO, SA. aquella empresa, nacida en tiempos inciertos, habría de convertirse en un gigante de la industria farmacéutica, responsable no sólo de la popular Mercromina, sino también del laxante Emuliquen, otro emblema doméstico.
Pero la trayectoria de Serrallach no fue únicamente científica. Con el estallido de la Guerra Civil en 1936, se alistó como voluntario en la Centuria Catalana Virgen de Montserrat, un grupo falangista que operaba en Burgos bajo el mando del oficial alemán Carl Von Hartmann. Pronto ascendió hasta convertirse en secretario personal de Manuel Hedilla, líder de la Falange tras la muerte de José Antonio Primo de Rivera.
Manuel Hedilla y José Antonio Serrallach
En 1937, la historia dio un vuelco dramático, su nombre
volvió a aparecer en los titulares, Serrallach fue arrestado junto a un grupo
de falangistas, acusado de conspirar para asesinar al general Franco. Su papel
había sido crucial, como químico, había diseñado la bomba que pretendía acabar
con la vida del Caudillo. La condena fue clara; pena de muerte.
Sin embargo, algo inesperado ocurrió. Según diversas
fuentes, miembros del gobierno nazi intervinieron directamente ante Franco para
salvarle la vida. Alemania, que contaba con Serrallach como colaborador de sus
servicios de inteligencia, presionó al régimen español, e incluso se llegó a
hablar de una amenaza de retirada de la Legión Cóndor si se ejecutaba al
químico. La pena fue conmutada por 15 años de prisión, de los que solo cumplió
tres antes de recibir el indulto. Su paso por la cárcel le dejó secuelas
físicas, incluida una sordera permanente que parece le agrió el carácter.
Tras la guerra, Serrallach volvió a centrarse en LAINCO.
Bajo su dirección, la compañía se convirtió en un referente de la industria
farmacéutica nacional, durante los años 50, 60 y 70. La Mercromina se consolidó
como uno de los productos más comunes en los hogares españoles: un antiséptico
de baja potencia que, pese a contener mercurio, era seguro y eficaz para el
tratamiento de heridas superficiales.
La mercromina, incluso se utilizaba para aliviar las
rozaduras en el culito de los bebés, o para la curación del cordón umbilical.
Su fórmula, una sal sódica de dibromohidroximercurifluoresceína, inhibía el
crecimiento bacteriano sin interferir en el proceso de cicatrización, ya que
hacía una película que permitía que las defensas del cuerpo hicieran su
trabajo. Era un antiséptico bajo en potencias, que contenía un 2% de merbromina
es decir no producía la muerte de las bacterias, sino que inhibía el crecimiento
de microorganismos.
Su uso se convirtió en un ritual casero. En nuestra casa
llego a convertirse en uno de los elementos imprescindibles, el botiquín sin
Mercromina estaba incompleto, junto con el alcohol, el agua oxigenada y el
esparadrapo eran las medicinas indispensables para los que jugábamos en la
calle, no era raro que saliéramos a jugar y nos cayésemos al suelo, lo que
significaba hacernos heridas en las piernas, sobre todo en las rodillas ya que
siempre íbamos con pantalones cortos. Pero no le hacíamos caso a la herida
hasta llegar a casa. La búsqueda del botiquín solía ser la última actividad
antes de cenar.
Mi madre me mandaba lavarme con agua y jabón y si había herida, el alcohol provocaba
un escozor casi insoportable. "No protestes que no es para tanto"
decía ella "No te hubieras caído" ella soplaba sobre la herida y
cuando el alcohol se secaba aplicaba la fantástica Mercromina, entonces el
aspecto aún era más escandaloso, aquella mancha roja en la piel era como una
medalla de guerra en la batalla cotidiana de los juegos, duraba unos cuantos
días lo que servía de comentario a los compañeros del colegio. En cualquier
caso, lo que nos daba cierto pavor era la amenaza de que nos tuviesen que poner
la inyección del tétano, si se arreglaba el tema con mercromina encantados de
la vida.
Aunque hoy se usan otros antisépticos más modernos, la
Mercromina sigue viva en la memoria colectiva. Fue el color de las heridas de
una generación, la rúbrica de la infancia y, para muchos, el perfume de la
nostalgia.
Serrallach murió en 1990. Dejó tras de sí una fortuna, una
empresa valorada en más de 200 millones de euros, y una herencia envuelta en
disputa: su secretaria personal, Pilar Serrano Freixes y otra directiva,
Josefina Ferrer, adquirieron el control de LAINCO, alegando que era sus
herederas legítimas ya que Serrallach firmó poco antes de morir un documento
que les acreditaba como legitimas sucesoras, mientras los hijos del químico
quedaban al margen.
Pero más allá de las batallas empresariales, queda su
legado. Químico brillante, espía, patriota, industrial, Serrallach fue un
hombre contradictorio, atrapado entre la ciencia y la política, entre la
creación y la destrucción. Pero su huella más imborrable sigue siendo la
Mercromina, un pequeño frasco rojo que, más allá de su valor médico, guarda la
memoria de una época, Su Mercromina, se utilizó en todas las casas y sirvió
para evitar muchas infecciones y con su inconfundible color rojo, escribió en
la piel de un país una historia que, aún hoy, no ha terminado de cicatrizar.
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