Mercat de Sant Antoni
Parece ser que los sentidos están
conectados con nuestro cerebro, hay aromas que nos llevan a la infancia. En mi
caso, cuando huelo a café molido, viajo en el tiempo a cuando estaba con mis
abuelos en la calle Manso. En la parte trasera del edificio donde vivían, había
un tostadero de café, con muchas variedades, el de Colombia, el de Brasil, el
torrefacto, etc… era de la empresa Bracafé que tenía diversas tiendas en la
ciudad. Otro aroma venía de una cestería, que estaba al otro lado del edificio,
con su fuerte olor a palma fresca. La combinación de olores no la he vuelto a
percibir nunca más, pero seguro que si algún día llega a producirse será de
nuevo viajar en el tiempo a la época de mi niñez.
Cuando una percepción sensorial
nos despierta un recuerdo se produce el efecto proustiano, se debe al novelista
francés Marcel Proust que describió en uno de los párrafos de su libro “En busca del tiempo perdido”
un personaje de su infancia que recuerda saboreando una magdalena mojada en té
que le daba su tía cuando era niño.
En aquella época lo que marcaba
el tiempo de ponerse en marcha por las mañanas y de recogerse por la noche, era
sin duda, el que transmitían con su sonido los “carretons”, de las paradas
externas del mercado de San Antonio, al desplazarse por la mañana temprano y a
las ocho de la noche para recogerse. Las calles eran adoquinadas y los “carretons”
tenían y aún tienen, ruedas macizas, en algunos casos enormes cojinetes de
hierro que con el trasiego hacían un estruendo hasta que los aparcaban en
pequeños almacenes, uno de ellos estaba justo frente de nuestra casa, a mí me
encantaba salir al balcón a verlos. "El carretó" es la pieza fundamental para el desarrollo de la
venta semi ambulante que se hace aún hoy día en el mercado, es una gran caja de
madera con ruedas, parecida a un baúl puesto en pie, que, por una parte, se
abre y se convierte en puesto de venta, muestra toda la mercancía que volverá a
guardarse al término de la jornada.
Con mis abuelos vivía mi tío
Enrique, qué los domingos me llevaba a comprar tebeos y cambiar cromos al
mercado, ya que lo teníamos a 30 metros. Entonces no era consciente que aquel
lugar tenía una historia tan arraigada a la Barcelona moderna, que se desarrolló
a mediados del siglo XIX. Fue cuando volvieron muchos indianos con sus
fortunas, en la zona existían lo que se denominó “Casas fábrica” como la que
tenía mi bisabuelo cerca a la calle Parlament, en un pasaje que hoy se llama
Pere Calders, era de zapatos y artículos de piel.
El dinamismo que los Indianos con
su dinero trajeron, fue una inyección de capital que hizo que la ciudad se
convirtiera en la más próspera de España.
En los años 50 del siglo XIX la Barcelona amurallada estaba
sucia y la densidad de población era muy alta, unos 187.000 vecinos vivían
apiñados, las murallas ocupaban 6 km en su perímetro. Fuera de las murallas por
la parte noroeste había un espacio plano que multiplicaba por 20 el espacio de
la ciudad fortificada, era considerada anteriormente plaza amurallada, que en
70 años había sufrido 7 asedios. La edificación estaba prohibida alrededor de
la fortaleza y no podía construirse a menos de 1 km y 200 metros, se
consideraba que desde esa distancia una bala de cañón no alcanzaba la ciudad.
En 1838, el barón de Meer, Ramon de Meer y Kindelán, Capitán
General de Cataluña y la Junta de Ornato de la ciudad, que velaba por los
arreglos urbanos, habían propuesto ampliar Barcelona entre los baluartes de la
calle Tallers y Junqueras para hacerla más saludable y espaciosa, también Jaime
Balmes, en sus artículos insistió en la necesidad de ampliar la ciudad, pero sus
peticiones fueron desestimadas.
En 1854 el cólera estaba llegando a España y en Barcelona la
propagación por la epidemia y el miedo hizo que la ciudad se vaciara, solo
quedaron los que eran necesarios para imponer el orden, los sanitarios y los
obligados por la miseria. Quien pudo se fue de la ciudad.
El hospital de la “Santa Creu” y la “Casa de la Caritat” no
daban abasto, no se sabía el origen del problema. Se pensó que la peste y el
hambre acabarían con toda la población. Murieron a causa de la epidemia cerca
de 6.500 barceloneses.
El gobernador civil, Pascual Maoz, solicitó al gobierno
permiso para derruir las murallas, ya que, por salubridad, en diversas ciudades
de Europa las estaban quitando, fue entonces cuando llegó el permiso militar
para derruir las de Barcelona y se constituyó una Junta de derribo con el
arquitecto Antonio Rovira y Trías como director de las obras, el mismo
arquitecto que construyó el mercado de San Antoni.
Las murallas medievales que rodeaban Barcelona dejaron de
ser útiles y tras su demolición empezó la expansión de la ciudad con la
autorización del Gobierno del Estado y del ejército que era el propietario de
gran parte de la zona fuera murallas.
Los trabajos empezaron, el día 24 de agosto de 1854 y el
derribo de las murallas fue el principal acontecimiento de la historia de la
ciudad en la época contemporánea.
Se reclutaron 7.000 hombres con un jornal de 6 reales al día
para llevar a cabo el plan que diseñó el arquitecto Ildefonso Cerdá aprobado en
1859 después del estudio de otros proyectos.
Nació así el Eixample, que luego sería un ejemplo de ciudad
moderna con anchas calles, esquinas truncadas y manzanas octogonales.
Una de las puertas de entrada a la ciudad, estaba al lado
del baluarte de San Antoni que protegía uno de los ejes históricos, seguía el
trazado de Decumanus Romano, que es el término empleado en la
planificación urbanística de todo el Imperio Romano, indica una calle con
orientación este-oeste tanto en las ciudades como en los campamentos militares,
o en las colonias, ya que servía de orientación a los soldados para localizar
rápidamente cualquier elemento de la ciudad.
Un baluarte funciona como protección a la muralla. Barcelona,
antes de la Guerra de Sucesión contaba con once baluartes, eran de una forma
pentagonal, que sobresalían de la muralla. Es allí donde se colocaban vigías y
soldados, lo que permitía la defensa de toda la ciudad. El baluarte de “San
Antoni” estaba al lado del portal del mismo nombre, este tenía dos torres
laterales, la de “Sant Just” y la de “Sant Urbá”. Con la reconstrucción del
mercado se encontraron restos arqueológicos como un mausoleo con un ramal de la
vía Augusta del siglo primero, restos del siglo XIV al XV ruinas del baluarte
de San Antonio, una masía medieval del siglo XVI, el fosar y la contra escarpa,
que es el muro de contención que estaba en la muralla y restos del siglo XIX
con la carretera que iba a Zaragoza, es decir el “Portal de San Antoni” era la
vía de entrada para Reyes y nobles que venían de Aragón o de Castilla.
El nombre del barrio tiene su origen por la ubicación del
Convento de Sant Antoni del siglo XV y el mercado data de mediados del siglo
XIII, por un comercio natural improvisado tocando a la muralla.
El mercado de Sant Antoni fue diseñado por el arquitecto
Antoni Rovira y Trías, que ya he mencionado, con la colaboración con el
ingeniero Josep Cornet entre los años 1872 y 1882, inspirado en el mercado de
mayoristas del centro de París llamado “Les Halles” hasta 1968, a partir de
entonces fue el centro comercial “Fórum Les Halles”, que toma su nombre del
mercado Central.
La estructura de hierro le da ligereza, permitiendo la
entrada de una luz tamizada.
El mercado de Sant Antoni es el más grande de Barcelona, con
una superficie total de
12.000 mts.2 siendo uno de los mejores ejemplos
de arquitectura de hierro de la ciudad.
Lo constituyen tres mercados: el de frescos, es decir
alimentos; el de ropa, también conocido como “els Encants”; y el Dominical que es de libros, tebeos, álbumes de
cromos etc.
En el siglo XIX se reinventa el comercio en mercados
municipales en toda Europa, el de “Sant Antoni” fue de los primeros en incluir
cerámica y cristal y recuerda por su configuración al Covent Garden de Londres
o al Quincy Market de Boston.
Cuando mi abuelo pasaba por allí los domingos para ir a
trabajar a la lechería de la calle Valldoncelles, donde se vendía la nata que él
manufacturaba, estaban preparando los “carretones” que en su interior albergaba
la ilusión de los niños y no tan niños, como eran los álbumes de cromos y los
tebeos, hoy llamados comics y parece que se preparaban para salir a escena
personajes impresos como el Jabato, Pulgarcito, El capitán Trueno, El guerrero
del antifaz, Carpanta, Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Anacleto agente
secreto, el botones Sacarino, etc.
El canta autor Jaume Sisa, con quien coincidí en un rodaje
de la serie “Yo Canto” en el teatro de Varietés “El Molino” de Barcelona, tiene
una canción, “Qualsevolnit por sortir el sol” donde aparecen muchos de los personajes que yo
leía en mi infancia.
Recuerdo con especial cariño un tebeo apaisado donde
aparecían los personajes del Jabato; defensor de la justicia, campesino ibérico
que fue esclavizado por los romanos y convertido en gladiador. Al escapar se
dedica a recorrer el mundo con sus amigos; Taurus, un forzudo, gigante y
comilón; Fideo de Mileto, poeta griego muy delgado al que acompaña su lira, y
Claudia, prometida del Jabato, una muchacha romana y cristiana de buena
posición. En algunos episodios, aparecen acompañados de un niño, Shing-li con
su tigre y un mono llamado Bongo.
La primera edición data de 1958, año de mi nacimiento, debe
ser por eso que me gustaba, éramos de la misma quinta. El título del primer
tebeo del Jabato fue “Esclavos de Roma” y apareció el 20 de octubre de 1958.
Con todos ellos he pasado muchos ratos agradables, sobre
todo las tardes cuando la televisión emitía la carta de ajuste, ya que había
terminado la programación.
Al reciente fallecido, Francisco Ibáñez, al guionista Victor
Mora y Pujadas, al dibujante del Capitán Trueno, José Bornal, al dibujante Miguel
Ambrosio Zaragoza “Ambros”, al guionista Eugenio Sotillos y a autores como
Escobar, Peñarroya, Cifré, Vázquez, estos últimos los que inventaron el
bocadillo donde puede leerse el texto del personaje, debo agradecerles los
ratos de divertimento y en cierta manera la cultura que han transmitido de
forma amena a tantos niños de mi generación, por su ingenio y su buen hacer.
También a editoriales como El gato negro, que luego sería
Bruguera, creadora de Pulgarcito, que nació en 1921 como periódico infantil,
dirigida por Raúl González y que en el contenido de su publicación aparecían
los personajes: El reportero Tribulete, Carpanta, Don Pio, Gordito relleno,
Doña Urraca, Las hermanas Gilda, Pitagorín y un largo etc… y con pasatiempos
como los del Profesor Franz de Copenhague con sus “Grandes inventos del TBO”
sin olvidar “13 Rue del Percebe”.
Quiero recordar al Sargento Gorila, de la editorial Toray,
inspirado en un comando americano de la guerra de Corea, en el estilo de
Hazañas Bélicas, realizado por el guionista Eugenio Sotillos y el dibujante
Alan Doyer.
Para mí, estos son los más destacados de entre otros mil, a
los que considero que el lector le transportará a su propio período de lectura
y recordar sus preferidos.
Para todo ello, aún hoy en día, se puede ir un domingo al
“Mercat de Sant Antoni”, donde seguro encontrará alguna lectura para viajar a
su época, al estilo de “En busca del tiempo perdido”.
Me has hecho revivir momentos muy felices de mi niñez, cuántos domingos paseando entre cientos de libros,( cromos, sellos)..para luego leerlos con avidez y transportarte al mundo de la fantasía, además manejas con mucha eficiencia los recuerdos vivídos con hechos históricos, un abrazo
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