lunes, 11 de noviembre de 2024

Pequeños sorbos de café.

 

Aún recuerdo el aroma del café tostado, ya que de lado de casa de mis abuelos se encontraba una tienda y tostadero de la marca Bracafé, donde se vendían y tostaban muchas clases de café, el de Colombia, el de Etiopia, Uganda, el de Brasil, etc. En cada elaboración el aroma era diferente, pero siempre agradable a mis “papilas olfativas”.

Entre las variedades estaba el natural y el torrefacto, un tipo de tostado que alargaba la conservación del café durante 6 meses, éste se tostaba con azúcar, lo que le proporcionaba un sabor más amargo, ya que el azúcar se quemaba y formaba una capa brillante en los granos caramelizados.

En la actualidad, disfrutar de un café personalizado es tan sencillo como insertar una cápsula en una cafetera doméstica que, con tan solo presionar un botón, prepara nuestra bebida preferida con la cantidad exacta de agua y en el estilo que más nos apetezca: desde un expreso intenso y corto, hasta un suave latte, un cremoso flat white, o un largo americano. Existen opciones para todos los gustos: macchiato, bombón, negro largo, café con leche y muchas más, que satisfacen la diversidad de preferencias. Sin embargo, este nivel de conveniencia y variedad no siempre ha estado al alcance de todos, pues en el pasado preparar un café podía ser un proceso mucho más laborioso y menos preciso, dependiente de técnicas.

El caté es originario de Etiopia, donde en el siglo XI se encontraron los primeros cafetos, el árbol del café, y se descubrieron las propiedades de las semillas encerradas en su fruto.
La historia del café empieza en el cuerno de África. Se sabe del origen geográfico, la provincia de Kaffa, pero no el momento exacto ya que no existen documentos sobre cuando el hombre empezó a consumir granos de café.
Kaldi, un humilde pastor africano, tiene el honor de figurar como el descubridor del fruto del café. Algunas versiones de la historia mencionan que era un pastor yemení, otra etíope, pero todas coinciden que tenía un rebaño de cabras. 
El pastor observó que el rebaño se comportaba de forma extraña, saltando y brincando, y tenían más energía después de ingerir unas curiosas bayas rojas de un arbusto que no
se conocía.
Cuentan que el mismo Kali decidió probar las bayas él mismo y descubrió en propia piel
Los efectos energizantes del café, que le mantuvieron despierto toda la noche.
Entonces decidió llevar algunos de estos frutos a unos monjes de un monasterio próximo.
Por azar, algunos de estos frutos que tenían los monjes fueron a parar al fuego. Así fue como descubrieron el embriagador aroma del café tostado con el que empezaron a elaborar una infusión que les ayudaba a mantenerse despiertos durante la oración de la noche. Fue en el siglo XVII, cuando Antoine Faustus Nairon, profesor de lenguas orientales (caldeo y sirio) en el Colegio de Roma, recogió en un ensayo literario y fue entonces cuando se difundió esta historia.

La primera descripción del cafeto y los frutos del caté es del siglo X, por parte de Al Razi, un médico árabe. Alrededor del año 1000. Otro médico árabe, Avicena, (Abu Ali Ibn Sina) lo describe también en el libro El canon de la medicina: "El café fortifica los miembros. limpia el cutis, seca los humores malignos y da un olor excelente a todo el cuerpo ". Avicena lo usaba con fines medicinales.
Muchas de las historias sobre el café están ligadas a la religión. Una de ellas es del Arcángel San Gabriel, en un relato del siglo XVI explica que el rey Salomón, a instancias del arcángel, tostó granos de café para curar una extraña epidemia. El Arcángel también protagoniza otra de las leyendas, que asegura que él mismo ofreció a Mahoma una taza de café para darle fuerza y mantenerlo despierto, recuperando así la energía y salud que le faltaba.

La llegada del cafeto al Nuevo Mundo está llena de leyendas. La más extendida cuenta que Gabriel Mathieu de Clieu, oficial de la Marina Francesa destinado a Martinica, viajó en 1723 desde Paris con un cafeto para plantarlo en las tierras de ultramar.
A España el café llegó a Canarias en 1778 por orden de Carlos III. El monarca encomendó a Alfonso Nava Gritón, miembro de una de las familias de mayor abolengo y riqueza de Canarias, localizar suelos donde plantar semillas y plantas de América y Asia. Las primeras semillas de café se plantaron en Tenerife, en la Orotava. De ahí pasaron a Gan Canaria y a la Palma. Fueron comerciantes italianos y las Borbones los que trajeron a nuestro país a mediados del siglo XVIII. En esa época también aparecen los primeros cafés en Madrid, que no eran más que casas de comidas donde también servían esta infusión.

Para hacer la infusión de café, al principio se utilizaba un mortero y se machacaban los granos tostados del caté, luego se depositaba en un colador de tela y se vertía agua muy caliente con lo que se conseguía un líquido muy oscuro que se servía en tazas pequeñas y solía acompañarse de unas pastas. También estaba la forma de hacerlo como café de puchero, se ponía a calentar el agua hasta que hervía, se apagaba el fuego y se retiraba el puchero luego se añadía el café, (una cucharada por persona) y se removía hasta que salía espuma, se dejaba reposar entre 3 y 5 minutos y listo. Después con un colador de tela, cónico invertido, o una tela de lienzo se colaba y a disfrutar de una taza de café. Lo ideal era moler el café justo antes de hacerlo, por eso se vendía en grano y era impensable adquirirlo molido.
Cuando apareció el molinillo de café, se acabó el tedioso trabajo de machacarlo y se pasó darte vueltas a la manivela que trituraba los granos, lo depositaba en un cajón de la parte inferior para luego hacer la infusión.

En casa, el ritual del café era casi sagrado. Cuando había visitas, yo era el encargado de darle vueltas al molinillo, escuchando cómo los granos crujían, liberando su aroma. Para mí, unas vueltas del molinillo eran un esfuerzo considerable, pero así podía colaborar y hacer los honores a los invitados, tenía que conseguir llenar el pequeño cajetín en el que los granos se habían convertido en una especie de serrín marrón, sin esa cantidad parecía que no era suficiente para hacer un buen café. Mis padres lo cocinaban con cuidado, pues el fuego requería respeto. Aquella danza cotidiana cambió el día que apareció el molinillo eléctrico y, poco después, la cafetera italiana. El ruido mecánico sustituyó el crujido, y el café, antes hecho a fuego lento, se transformó en una rutina rápida. Aunque práctico, algo del encanto se perdió, como si la modernidad hubiera apagado el calor que antes impregnaba cada taza.

 

El molinillo eléctrico permitía triturar el grano a diferente tamaño, si se molía mucho el grano era más fino y se colaba a través del filtro, podía encontrarse en boca, lo cual era desagradable.
La cafetera italiana o Moka, esa sí que tuvo recorrido, aún hoy día se utiliza de una forma cotidiana.
En el año 1919, Alfonso Bialetti, con el objetivo de fabricar productos de aluminio, puso en marcha un pequeño taller en Crusinallo, Italia.
El invento fue patentado en 1933, la compañía Bialetti continúa produciendo el mismo modelo (denominado "Moka Expess) y se ha convertido en uno de los elementos básicos de la cultura italiana que se puede encontrar en cualquier hogar. 



Dicen que el café revela el alma de quien lo toma. Cada pedido es un retrato íntimo: solo, intenso y puro, para quienes buscan claridad; otros lo prefieren descafeinado, puede ser cortado, con un toque de realidad, pero sin renunciar al placer. Algunos lo prefieren con leche, buscando suavizar los bordes del día, mientras que otros lo endulzan con azúcar o con leche condensada, denominado “Bombón”, también puede ser con azúcar moreno o sacarina, queriendo domar la amargura. Hay quienes lo piden con una nube, casi imperceptible, con leche de avena o desnatada, conscientes de cada decisión. Y luego están los que añaden unas gotas de ron de coñac, o de anís, convirtiendo en carajillo una bebida mágica.

En la cafetería el colmo es pedir un “desgraciado” que sería cortado con café descafeinado con leche desnatada y sacarina.

En España predomina el café de variedad “Robusta”; que tiene una concentración de cafeína y su sabor es más ácido y amargo. 

El comercio de café, es uno de los principales valores en bolsa, se realiza mediante contratos de compra y venta de granos, utilizados para mitigar la volatilidad del mercado. Los compradores, como tostadores y distribuidores, establecen contratos de adquisición de café a precios y fechas predeterminadas, mientras que los vendedores, algunos productores y exportadores, fijan sus ventas de la misma manera. Estos contratos permiten manejar el riesgo y protegerse contra fluctuaciones de precios. Especuladores, inversores y comerciantes, compran y venden contratos sin intención de entrega física, buscando beneficios de los movimientos del precio.

Para invertir en el mercado del café, se puede optar por acciones de empresas cafeteras o fondos especializados. También existen contratos de futuros y opciones, que permiten fijar precios futuros y gestionar riesgos. Los CFD, instrumento cuyo precio se basa en las cotizaciones de un contrato de café que aparece en el mercado organizado, ofrecen la posibilidad de especular sobre el precio del café.

Los granos arábica y robusta se negocian en mercados como el Intercontinental Exchange (ICE) y la Bolsa Mercantil de Nueva York (NYMEX), que proporcionan un espacio regulado para gestionar riesgos. El mayor comerciante global de café es Neumann Kaffee Gruppe (NKG), una empresa alemana con amplia red de distribución en las principales zonas productoras del mundo.

Según algunos entendidos el café es el acróstico de como se ha de tomar, Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso, algunos cambian escaso por Espeso o Expreso.

Un dicho tradicional turco afirma que el café perfecto ha de ser "negro como la noche, ardiente como el inferno, fuerte como el pecado y dulce como el amor".

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