Mi “yaya” Emilia tenía dolor en múltiples partes de su cuerpo, seguramente hoy le habrían diagnosticado fibromialgia, en su época no se conocía, pero por los síntomas tenía que ser algo parecido.
Para combatir sus enfermedades tomaba muchas pastillas, como ella decía,
una de cada color y recuerdo que se las ponía frente al plato de comida todas
en fila, respetando el orden y los colores. Para quitarle importancia decía,
mira, parecen caramelos ordenados, no me gustaría exagerar, pero eran siete u
ocho las pastillas que tomaba en cada comida para combatir sus enfermedades.
Vivía con su marido, mi abuelo Evaristo y un sobrino de este, Enrique, ella a mí
me quería mucho y me daba todos los caprichos, solo recuerdo que me riñera una
vez en toda mi vida y con toda la razón ya que fui a jugar con mis amigos, se
hizo muy tarde y se nos olvidó volver a casa, para ella había desaparecido y lo
pasó muy mal, al volver ya tarde tenía un disgusto monumental y la bronca fue
tremenda. Cuando se le pasó el disgusto me perdonó, no sin antes hacerme prometer
que no lo volvería a hacer nunca más.
Cuando estaba con mis abuelos en la calle Manso, en la época de Navidades encontraba
normal que las carrozas de la cabalgata de Reyes pasaran por delante de casa,
aquellos dos balcones que daban a la calle en el piso entresuelo, era como un
palco preferente en primera fila a la que los ayudantes de sus Majestades tiraban
caramelos que nosotros recogíamos con la felicidad del momento vivido.
Resulta que no era lo normal, éramos unos privilegiados y solo lo encontré
en falta cuando la organización decidió cambiar el trayecto y fuimos a ver el
paso de la Cabalgata a la calle Sepúlveda, paralela a Manso en su destino en la
Avenida Mª Cristina, en unos pabellones de la exposición del 29.
La organización de la cabalgata corría
el cargo del Ayuntamiento, con la Colaboración de Joan Viñas Bona, locutor de
radio en aquellos años, con el que coincidí muchos años más tarde en el medio
de comunicación donde trabajaba, casualidades de la vida.
Mi abuela me llevaba a todas partes con ella y recorríamos las calles de
Barcelona para hacer recados, comprar o ir al médico. Solíamos ir a la Catedral
para poner una vela al Cristo de Lepanto de la cual era una gran devota.
Desde la calle Manso hasta la Catedral íbamos a pie, por supuesto, cogíamos
“el carrer del Carme” hasta las Ramblas y de allí hasta la Catedral que ya
estaba muy cerca, total uno 20 minutos y siempre me llamó la atención el porqué
de los nombres de las calles.
La calle Manso, concretamente Josep Manso i Solá, donde vivíamos se dedicó a este militar catalán, nacido en Borredá en la comarca del Bergadá, participó en la guerra de la Independencia y en la primera guerra Carlista a las ordenes de Fernando VII e Isabel II, condecorado con la Orden de Isabel la Católica y la Cruz Laureada de San Fernando entre otras muchas.
Victor Balaguer, una de las principales figuras de “la Reinaxensa” Político, escritor, historiador, poeta, dramaturgo y periodista, que publicó en el “Diari de Barcelona”, decano de la prensa en Barcelona, en su libro Las calles de Barcelona, publicado en 1865, explica la razón histórica del nombre de las calles y plazas, lo que se denomina, la odonimia de la ciudad.
La Gran Vía de les
Corts Catalanes, Consell de Cent, Diputació, Plaza Universitat, están dedicadas
a Instituciones.
Aragón, Valencia,
Mallorca, Provenza, Rosellón, Nápoles, Calabria, Córcega, Sicilia, Cerdeña se nombra
a territorios vinculados a la Corona de Aragón.
A personajes
notables se dedican, por ejemplo, Ramón de Casanovas el último Conseller en Cap
de la Generalitat de Barcelona, Pau Claris el 94 presidente de la Generalitat,
Roger de flor comandante de la compañía Catalana de Oriente, Antoni Villarroel
militar defensor de Barcelona durante el asedio de 1714, Roger de Lluria almirante
de la Armada Real, Jaime de Urgel conde de Urgell, Berenguer VI de Entenza,
comandante en jefe de la Compañía Catalana, Dorian Ausiàs March poeta, Ramón
Llull, escritor filósofo y teólogo a Conrad Llansá almirante y Ali Bey explorador entre muchos otros.
A batallas históricas, se nominan calles como, Trafalgar, Lepanto, Bruch, Bailén y otras se dedican a ciudades, como Lleida, Tarragona, Girona. Tal como explica @alexsnclmnt en su publicación de Twitter
Las calles por la que pasábamos para ir a la Catedral, como no eran del ensanche del Plan Cerdá, ya tenían nombre con anterioridad, al ser del núcleo antiguo como el Carrer del Carme, las Ramblas o la Porta Ferrisa, primitiva puerta de acceso de la Barcelona antigua.
El Trayecto más
largo que recuerdo era cuando íbamos a buscar pescado al puerto donde llegaban
las barcas de pescadores, hoy el Paseo Juan de Borbón, el único hijo de rey y
padre de rey que no fue rey.
Íbamos por la
tarde, después de su siesta, supongo que ella tenía controlado el tiempo pues
llegábamos cuando las paradas estaban en plena ebullición, eran muy
rudimentarias y todo el mercado estaba lleno de gente gritando para llamar la
atención de los posibles clientes y cada dependiente gritaba ofreciendo el
pescado más fresco y mejor. Nosotros a lo nuestro decía y nos dábamos una
vuelta por todas las paradas preguntando el precio de toda la mercancía. Yo
recuerdo el cansancio y la preocupación, porque aún teníamos que volver a casa
y por supuesto a pie. Por fin se decidía y compraba un pescado, yo ignoraba que
pescado era por mis escasos conocimientos en la materia, solía ser anguila.
Para mí una serpiente comestible que ella sabía cocinar muy bien, con el paso
del tiempo descubrí que ella tenía un arraigo en Valencia y creo que lo cocinaba
al estilo de allí, lo denomina “all i pebre”. Paso un enlace de La Vanguardia por
si alguien se anima.
Ya de noche llegábamos a casa, yo muy cansado, pero ella parece que las pastillas le habían permitido hacer la excursión.
Una de las
peculiaridades de la forma de cocinar, no la anguila, si no todo, era que no se
cocinaba prácticamente nada en la cocina, si no en el patio interior donde
estaba el lavadero, así no se ensucia la cocina, decía. También había en aquel
lugar una lavadora y una carnera o fresquera, la carnera era una especie de
armario con estantes y todo protegido con una malla mosquitera que permitía que
estuviera a la intemperie, pero protegida de moscas, mosquitos y demás
bichitos, allí se conservaban embutidos, salazones y frutas que no era
conveniente que se pusieran en la nevera.
Mi yaya Emilia era tan meticulosa en algunas cosas que, por ejemplo, cuando llovía protegía el paraguas con un plástico y su chubasquero también.
Cuando salíamos y
llovía no se cortaba en absoluto, se ponía su chubasquero, una pieza
impermeable en la cabeza a modo de pañuelo, unas botas de agua, el paraguas
protegido por un plástico que había confeccionado para la ocasión y a mi me
pertrechaba de forma similar, en definitiva, que de mojarnos nada en absoluto y
al volver a casa, salíamos al patio-cocina y lo poníamos todo a tender cual
colada salida de la lavadora, luego a la hora de cocinar íbamos sorteando las piezas
tendidas.
En realidad, la
ropa lavada, Enrique, su sobrino, la subía y las tendía en las cuerdas del
terrado, allí había un lavadero asignado a cada inquilino y estaban reservadas también
unas cuerdas para el uso de secar la ropa, en ocasiones le acompañaba a tal
evento ya que desde allí se veía otra perspectiva de la ciudad, hoy lo
llamaríamos a vista de dron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario