Con motivo de la reciente celebración del centenario de las
primeras emisiones de la radio en España, me ha venido a la mente como lo viví
en mis años de niñez.
El eco del pasado resuena en estos días que celebramos el centenario
de la primera emisión de radio en España. Era el 14 de noviembre de 1924
cuando, a las 6:30 de la mañana, las ondas de Radio Barcelona, EAJ-1, daban voz
a la primera locutora María Sabater.
EAJ-1, un código que parecía casi místico, seguía las reglas
de los radioaficionados: la "EA" para España, "J" para las
estaciones de telegrafía y el número 1, el sello de ser la primera en su tipo.
Aunque, en realidad, no fue la única: antes, Radio Ibérica ya emitía en pruebas
desde hacía un año, pero sin ningún tipo de licencia ya que no era necesario, a
Radio España de Madrid le fue otorgada la nomenclatura EAJ-2, aunque llevaba
siete días emitiendo. A Radio Madrid (EDS-7) a Radio Bilbao (EN-9), Radio Sevilla
(EAJ-5) y muchas otras comenzaron a emitir en esa época. Se creó en 1940 la
cadena S.E.R. (Sociedad Española de Radiodifusión).
El 26 de Julio de 1934 se aprobaba la ley de radiodifusión
que calificaba al servicio de radio difusión nacional como un servicio público,
con función social y privativa del Estado.
El poder de la radio no tardó en trascender de lo cotidiano. Pero más allá de los discursos, las músicas, las novelas radiadas, las retransmisiones deportivas, los anuncios y las noticias, en la intimidad de cada hogar, estaba la magia de la radio. A mí me llamaba poderosamente la atención cuando íbamos a casa de unos familiares, una radio con un ojo verde que nos miraba cuando se encendía el receptor, era como si nos observara y nos hipnotizara para conseguir de nosotros, los oyentes, unos propósitos que, para los niños como yo, hacía que nos escondiéramos con cierto resquemor por el aparato encendido, nos miraba como un oculto ciclope. El misterioso ojo verde era una válvula desarrollada por RCA (Radio Corporation of América) que incluía una pequeña pantalla de rayos catódicos, denominada EM11, que servía para ayudar a sintonizar y optimizar las sintonías de cada emisora.

En la novela se observa cómo la sociedad colapsa ante la
amenaza alienígena de marcianos. Con un desenlace inesperado que subraya la
fragilidad de los invasores frente a la naturaleza terrestre, la novela ofrece
una reflexión sobre la vulnerabilidad de los humanos.
Aunque se mencionó que era una dramatización, muchos oyentes
que sintonizaron tarde, creyeron que los ataques eran reales, lo que desató
pánico en la población. Personas evacuaron sus hogares, colapsaron líneas
telefónicas y algunas incluso tomaron medidas extremas para proteger sus
hogares.
Aunque investigaciones posteriores revelaron que la reacción
no fue tan masiva como se dijo, la transmisión destacó el poder de los medios
para influir en la percepción pública. Este evento convirtió a Welles en una
figura célebre y marcó un hito en la historia.
Esta emisión suele citarse como uno de los engaños
radiofónicos más famosos de la historia.
En casa, cada tarde, se escuchaba lo que en la mayoría de
hogares, el consultorio radiofónico de Doña Elena Francis, un programa donde se
leían cartas enviadas por oyentes, en general mujeres, y Elena Francis daba
respuesta a las dudas que se planteaban, unas siete diarias aproximadamente.
El consultorio radiofónico comenzó a emitirse en 1947 desde
Radio Barcelona, la idea fue de una empresa de cosméticos que pensó que ese
formato sería la mejor plataforma para vender sus productos.
El eslogan de la firma era “La naturaleza crea, Francis
embellece”. La copropietaria, junto con su esposo José Fradera, en 1940
decidieron el nombre de la empresa, ella se llamaba Francisca Elena Bes, al
marido se le ocurrió poner el nombre de su esposa, pero al revés. Ella se
encargó personalmente de la gestión y supervisión del consultorio. El espacio
seguía la línea de otros programas de temática femenina y belleza de esos años,
como el del consultorio de Mercedes Fortuny que había estado en antena durante
años en Radio España con las cartas también como elemento principal.
El espacio radiofónico se regía por las normas domésticas y
sociales de la dictadura de Franco donde las mujeres debían aspirar únicamente
a ser buenas católicas, madres y esposas. Nunca se reconoció su importancia,
pero la base narrativa del consultorio fue obra de una mujer en la sombra:
Ángela Castells, una de sus primeras guionistas. Ella no era la voz, ni la
figura reconocida en los créditos, pero sus palabras eran el engranaje oculto
que movía el programa.
Era miembro de la Sección Femenina de la Falange, muy religiosa
y preocupada por la moral femenina. Las oyentes enviaban sus vidas en sobres
sellados, confiando en una voz que, sin saberlo, era de otra mujer como ellas. Esa
no era la realidad.
Al principio, los programas se centraban en consejos de
belleza, pero enseguida las propias oyentes abrieron sus dudas a cuestiones
cada vez más íntimas. El régimen lo aprovechó para potenciar sus mensajes.
El consultorio de Doña Elena Francis, se transformó en un
fenómeno social que marcó a generaciones. Las cartas llegaban a la dirección de
la calle Pelayo, 56, de Barcelona, con preguntas que iban mucho más allá de la
belleza. Problemas matrimoniales, domésticos, angustias personales y dudas
íntimas se filtraban en cada sobre. Aunque solo se radiaban las consultas
“adecuadas”, todas recibían respuesta escrita, en un intento de controlar el
pulso social mientras se alimentaba la ilusión de ser escuchadas. En cada
línea, el programa reforzaba un modelo, convirtiéndose en reflejo y herramienta
del régimen.
Aquel programa se convirtió en el clavo ardiendo donde miles
de mujeres buscaban salida a su angustiosa situación, las respuestas eran
confeccionadas por el equipo de guionistas hasta el año 1966, luego se hizo
cargo el periodista y experto taurino Juan Soto Viñolo quien comento al
finalizar las emisiones, que algunas cartas eran inventadas para aumentar la
audiencia.
El mensaje que se transmitía a la mujer era un mensaje de
resignación, ya que se consideraba que ese era el papel que le correspondía.
“Las mujeres, aunque tengamos razón, siempre nos toca perder”.
Los y las guionistas, eran personas seleccionadas, que no
podían relacionarse entre sí, firmaban un pacto de silencio, debían redactar correctamente
con su máquina de escribir, sobre todo con una máxima discreción, contestar de
forma adecuada teniendo en cuenta como poner en antena la respuesta; que fuera conveniente
y que pudiera pasar los filtros de censura, el eclesial y el político.
El aire de clandestinidad estaba presente en las cartas,
algunas mujeres no firmaban con su nombre sino con expresiones tipo “una
enamorada muy triste”, “desgraciada sin remedio”, “flor de un día”, deformaban
la letra o ponían otra dirección para que no se las reconociese.
La melodía “Indian Summer”, del
compositor Victor Herbert, cada tarde convocaba a miles de oyentes deseosas de
escuchar los problemas de otras mujeres con las que podían identificarse. Llegaron
al consultorio más de un millón de cartas que se clasificaban con letras. Para
ser radiada una “R”, si era sentimental una “S”, si era de belleza una “B”,
temas de cocina, una “C”, algunas llevaban un asterisco, eso quería decir, que
la carta tenía algún tipo de compromiso y la carta adquiría una lectura a
destacar o una historia escabrosa.
La radio en mi niñez, era el medio de comunicación más importante de la época entre todas las clases sociales y una ventana donde podían ver un mundo mejor los oyentes, algunos dicen hoy escuchantes, los otros lugares de contacto con el exterior eran, los patios con las vecinas, los talleres de modistas o el mercado. Elena Francis fue la “influencer” de aquel tiempo.
Durante décadas, Elena Francis fue más que un nombre: un refugio, una autoridad, una voz cercana que dictaba respuestas en un país moldeado por la tradición. Sin embargo, en los años 80, el eco de sus consejos se fue apagando. En una España que ya hablaba de divorcio, de la píldora anticonceptiva y democracia, sus soluciones ancladas en la moral franquista dejaron de resonar. El programa cerró en 1984, y con él, el mito. Joan Manuel Serrat le dedicó una excelente melodia.
Años después, en 2005, el descubrimiento de más de un millón
de cartas en una masía de Cornellá desarrolló su misterio al presente. La
familia propietaria de la masía, José Fradera y Francisca Elena Bes Calvet,
vendieron la finca con la instrucción que las cartas debían ser destruidas,
pero el nuevo propietario no lo hizo. Todas las cartas iban dirigidas a la
misma persona, Doña Elena Francis, muchas de ellas deterioradas por la humedad
y el paso del tiempo. 100.000 cartas sobrevivieron, resguardadas hoy por el
Archivo Comarcal del Baix Llobregat. Cada carta era un testimonio de una época,
voces atrapadas entre la fe de una guía inexistente y la censura de un sistema
que moldeaba sus silencios. Elena Francis, ese eco fabricado, había sido un
faro falso que iluminó, para bien o para mal.
Hoy, cien años después, mientras la tecnología avanza y el
mundo cambia, cierro los ojos y escucho el susurro de aquel pasado en las
ondas, como si la radio aún pudiera conectarnos con un tiempo donde la
narración de los acontecimientos, convertía la imaginación en realidad.
Muy curioso lo de las siglas SER, y muy bien documentado cómo siempre, me acuerdo cómo si fuera ayer a mamá haciendo punto y escuchando x radio a Elena Francis contestando a una sufrida oyente que si su marido tenía una amante ella debía de "entender" y "recibirlo" con sus zapatillas y cuidarlo y mimarlo xke venia estresado y cansado y k x supuesto la culpa sería de ella...los tiempos parece k han cambiado algo...aunque todavía queda mucho camino
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